Las diez de la noche. Un tren lleno.
Una mujer cansada que solo quiere llegar a su casa. Lleva casi 48
horas sin dormir y todavía le queda una más para llegar a la
estación. No pasará nada si cierro los ojos unos
minutos...
Una inquietud la despertó. No fue
un sonido, sino simplemente la nada, un penetrante silencio: ni el
motor del tren, ni el chirrido que este producía en su paso por las
vías, ni las conversaciones de los pasajeros. Abrió los ojos y se
encontró con la completa oscuridad. El tren se había detenido en
pleno trayecto: a la derecha podía ver un par de vías, a la
izquierda el campo iluminado por la luz de la luna.
La ansiedad la inundó. Respira,
respira. Se habrá detenido un momento. Miró
la hora: las tres. ¿Cinco horas? Habían pasado cinco
horas? ¿Por qué nadie me ha avisado?
De repente, una voz ahogada la
sobresaltó. Al principio no podía distinguir palabra alguna, pero al
escucharlo por quinta vez supo descifrarlo:
―Ayuuuuuuda
Venía del final. La mujer se
levantó y se dirigió hacia la agonizante voz. Sus ojos se empezaban
a adaptar a la falta de luz: ya podia distinguir los diferentes
asientos. Uno, dos, tres, cuatro, cinco…
llegó al fondo del vagón. Al principio no encontró a la dueña de
la voz, pero un gorgoteo le indicó que se encontraba debajo de los
asientos. Se agachó y una mano huesuda le agarró la muñeca con
tanta fuerza que pensaba que se la iba a romper.
―¿Señora? Calmese, estoy aquí,
déjeme ayudarla a levantarse.
―Noooo ―
dijo, sollozando―,
se han ido, pero van a volver, escóndete niña, corre mientras
puedas o acabarás como los demás…
―¿Qué... qué ha pasado?
―Ya vienen, los puedo sentir...
Le agarró el otro brazo y tiró de
ella con mas fuerza que la que debería tener una persona de tan
avanzada edad. Cayó encima de ella, pero la anciana pareció no
percatarse.
El sonido de algo arrastrándose le
llegó a los oídos. Era un sonido indescriptible, algo que parecido
a lo que produciría una garganta ahogándose. Se asomó: dos sombras
estaban en la puerta del vagón, intentando entrar. La mujer tuvo el
impulso de levantarse para pedirles ayuda pero algo, un instinto de
supervivencia, activó señales de alerta en su mente. Tenía miedo,
notaba como el pánico intentaba escarbar en sus sentidos, sentía
como se paralizaba y horribles escalofríos le recorrían la nuca y
la espalda. Decidió confiar en su instinto y quedarse quieta.
Intentó moverse para no aplastar a la anciana pero esta se lo
impidió agarrándola mas fuerte. Notó algo húmedo en la espalda y
en las manos. La anciana estaba temblando debajo suyo.
Unos segundos más tarde, las dos
figuras entraron en el vagón. La mujer tuvo que contener un grito
cuando la luz de la luna los iluminó: la figura que iba delante
parecía encontrarse en plena metamorfosis. En algún punto fue una
niña de unos doce años pero ahora su piel se estaba volviendo
translúcida, los músculos se le estaban deshaciendo y su espalda se
estaba encorvando alarmantemente.
Todavía tenia rastros de ropa y de pelo, pero su cara se estaba
desfigurando: no tenia ni labios ni párpados, sus globos oculares
eran opacos y reflejaban una increíble sed de sangre. La criatura
que la seguía predecía el destino de la chiquilla: un ser
esquelético cubierto de una fina piel que colgaba en algunos
puntos, unas enormes cuencas vacías, unos colmillos amarillentos que
se confundían con el resto del cráneo, unas largas uñas y unas
orejas puntiagudas. La anciana agarró con más fuerza a la mujer.
―Shhhh. Wendigos, son wendigos...
no nos pueden ver, pero perciben las vibraciones y los sonidos, así
que calla muchacha.
La mujer le clavó las uñas en la
mejilla. Le estaba haciendo daño. Los dos wendigos pasaron por
delante. Un metro, dos metros, tres...
Respiró con alivio. Estaban
entrando al siguiente vagón. La anciana apretó con mas fuerza. La
mujer intentó liberarse, pero era casi imposible. Le estaba clavando
las uñas en la mejilla y su otro brazo le oprimía el pecho. Intentó
empujar el brazo y con ello un trozo de carne salió volando. El
pánico inundó sus pulmones.
―Estate quieta niña, solo será
un momento. Tengo hambre...
Luchó, se movió. Consiguió
ensanchar el agarre unos centímetros. Levantó la cabeza y vio que
lo que antes había sido una mano anciana, ahora se había convertido
en un mar de garras conectadas a algo esquelético. En su oído
empezó a escuchar el mismo sonido que las dos criaturas habían
emitido hacía apenas unos minutos. Consiguió liberar el brazo
derecho. Se agarró al marco de la ventana y se puso en pie usando
toda su fuerza. Lo que antes había sido una anciana agonizando se le
agarraba ahora en la espalda como una garrapata. La mujer se lanzó
de espaldas contra la pared, esperando que el golpe la liberara. La
wendigo empezó a gritar. Era un grito espeluznante: aterrador,
penetrante, horrible. Miles de clavos se le incrustaron en la cabeza.
Un grito semejante al de la anciana sonó a la derecha de la mujer,
otro más alejado, dos a la izquierda. Los wendigos de antes estaban
volviendo.
Notó algo caliente y húmedo en la
oreja derecha. Instintivamente se llevó la mano a la oreja y con
sorpresa se dio cuenta de que no estaba. ¡Se la había arrancado! ¡Y
podía oír como la estaba masticando! Aprovechó la distracción
para finalmente liberarse propinando tres golpes secos a la cabeza de
la criatura.
Liberada, echó a correr hacia la
puerta de salida. La anciana la empezó a seguir. Los dos wendigos se
le unieron. Apareció un tercer wendigo. Y otro más. Cogió
carrerilla, se impulsó con los asientos y propinó una patada a las
puertas, pero estas se resistieron. Venga, venga, vamos...
Otra patada. Un ligero
movimiento le indicó que estaba funcionando. Los wendigos estaban
demasiado cerca. La última patada: las puertas cedieron.
Le esperaba una pequeña pendiente
de unos diez metros. Dudó. Uno de los wendigos le agarró el brazo.
Se tiró y cayeron los dos. Empezó a rodar incontrolable. El wendigo
se desprendió de ella y se precipitó hacia una piedra. Ella tuvo
más suerte: aterrizó en el pasto. Se mantuvo unos segundos tumbada,
recuperando el aliento.
Se levantó lo más rápido que pudo
y echó a correr.
Le picaba mucho la piel, le dolían
las manos, se le estaban resecando los labios de una manera muy
anormal. Se miró las manos: su piel se estaba cayendo, sus uñas se
estaban endureciendo. No, no, no, no...
Un chillido agudo detuvo su paso. Se
quedó paralizada. Algo estaba al acecho. Otro chillido acompañado
por un aleteo. Miró hacia arriba. Una veintena de enormes criaturas
aladas estaban rodeando el tren. Tenían cabezas de cabra, cuerpos
humanoides y alas de murciélago. Las criaturas demoníacas
sobrevolaban los wendigos. Unos cinco wendigos echaron a correr hacia
ella: una de las criaturas aladas se precipitó hacia ellos y los
engulló en un solo movimiento.
El cielo temblaba, mejor dicho,
chillaba: las nubes estaban tintadas de un rojo escarlata. De
repente, un tentáculo oscuro se asomó por una de ellas acompañado
por un penetrante rugido.
Se empezó a marear. ¿qué
estaba pasando?
El infierno, esto es el infierno.