Todos los huesos de
la calavera crujieron en un escalofrío al mismo tiempo, como si
supieran que faltaban horas para la noche más terrorífica. Moll,
que era una calavera relativamente joven, odiaba con cada una de sus
vértebras la noche de Halloween, ya que implicaba tener que dejar la
comodidad de su ataúd, con su Netflix de ultratumba y sus tests de
Buzzdeath, para salir al mundo de los… Sólo con pensar en esas
criaturas Moll ya volvía a temblar. Su yo racional entendía
perfectamente que ella, en un horrible pasado, también había sido
una de esas criaturas, pero su yo paranoico y caótico (que
claramente era el que mandaba en sus huesos) no podía evitar temer a
esos vivos y felices humanos.
Pero el deber era el
deber, y si se negaba a salir de su tumba, actuando como la
adolescente dramática que en el fondo era, todos sus privilegios de
calavera se acabarían: no más muertellamadas con el guapo de
Caronte y, peor aún, no más gusanos rellenos para desayunar. Y eso
sí que la calavera no lo podía permitir.
Era la primera vez
que Moll pisaría el mundo de los vivos siendo una calavera, pero aún
recordaba las horribles noches de Halloween de cuando aún era un
joven e inocente zombie. Recordaba el terror mudo que le provocaban
las idioteces que cometían los humanos, así como quedarse afónica
después de ser perseguida por tantos y tantos perros (y una
memorable vez también la persiguió un conejo). Después, llegaron
los años de transición, cuando no era ni zombie ni calavera, e
incluso sus compañeros de cementerio la miraban con cierto asco. Así
que consiguió el permiso para quedarse en la tumba hasta que por fin
fuera una bonita y reluciente calavera.
Sin embargo, el
momento había llegado, después de tanto tiempo, Moll tendría que
volver a pisar el cemento de los humanos y tristemente, no lo haría
siendo una calavera preciosa, sino un simple y mundano saco de huesos
andante. Por lo menos, le había tocado el trabajo más fácil
de la noche: asustar a jóvenes universitarios. Gracias a Netflix,
Moll sabia que estos estarían demasiado ocupados estudiando como
locos o bebiendo… como locos para darse cuenta de su presencia, de
modo que podría deslizarse tranquilamente por sus vidas sin
preocuparse demasiado por lo de asustar y centrarse en no ser
asustada.
Finalmente, llegó
la hora de salir a la calle de los horriblemente vivos. Con un
suspiro, Moll chasqueó sus falanges para abrir el portal que, de
hecho, era uno de los pocos privilegios que no le importaría perder.
¿Para qué quería ir al mundo de los vivos si podía quedarse
calentita en su ataúd y limitarse de vez en cuando a visitar la
biblioteca del Inframundo? Pero el precio para hacer esto era asustar
unos cuantos humanos vivos (o al menos intentarlo) y, suspirando otra
vez, Moll cruzó el portal.
Si Moll aún tuviera
ojos estos le habrían caído de las cuencas de la sorpresa. Con la
mandíbula colgando exageradamente, la calavera volvió a comprobar
la dirección del papel. Sí. Esa era la casa. Moll se alegró de
haber desobedecido ligeramente las normas y haberse arreglado un poco
para la ocasión (llevaba su tutú de raso negro favorito y se había
decorado los huesos con rotulador permanente), pues esa casa
definitivamente lo merecía: estaba rodeada de rodeada de
tumbas y telas de araña que ondeaban con la brisa, Moll no pudo
evitar sentirse como en casa. Aunque probablemente todo fuera falso.
—¡ Por fin has
llegado! —susurró una voz con emoción detrás de su nuca. Moll
giró el cráneo para ver quién hablaba (y de paso, si era un
humano, asegurarse un primer susto). Con estupor, se encontró con la
calavera más atractiva que había visto: no tenía ni una grieta y
se movía con una sorprendente elegancia para ser todo huesos viejos.
Con una reverencia anticuada, dijo:
—Encantado de
conocerte. Lates a tu servicio. Hacía mucho tiempo que te esperaba.
Moll musitó un
“encantada” sin entender qué hacía esa calavera allí: había
insistido en trabajar sola, pues así podía escaquearse sin que
nadie la delatara.
—¿Es esta la casa
número 13 verdad? Tengo entendido que en su interior hay 8
universitarias esperando ser asustadas —dijo finalmente, intentando
sonar profesional.
—Esperando,
esperando… no creo —respondió con media sonrisa la calavera,
mientras se acercaba a mirar por la ventana, desde dónde se podía
ver a las chicas dormidas en el sofá, mientras una peli de terror
también intentaba asustarlas sin éxito—. Ummm, si están dormidas
no podemos hacer nada ¿no? Vaya me suena que eso decía el
reglamento —razonó Moll, que tenía previsto agarrarse a esa
excusa con todas sus fuerzas.
Lates rió con
fuerza pero, sorprendentemente, la mandíbula no se le desencajó.Moll
lo contempló en una mezcla de admiración y desconfianza: era
demasiado perfecto.
—Los cuerpos
muertos y sus reglamentos. Sois adorables.
—¿Y tu no eres un
cuerpo muerto? —preguntó Moll confundida.
—Claro, claro…
—musitó la calavera mientras se alejaba por un caminito del
jardín—. Ven, anda.
Finalmente, la
calavera se sentó encima de una de las tumbas que adornaban la casa.
—Creo que tú y yo
nos conocemos —afirmó con seguridad la calvera y, a continuación,
dijo— He tenido que mover muchos hilos para que estuvieras aquí
esta noche. ¿te he dicho que adoro vuestra burocracia? Es tan fácil
de manipular…
—¿Quién eres?
—preguntó Moll horrorizada, mientras mil teorías se disparaban en
su cabeza. ¿podía ser que fuera un humano? No, los humanos tienen
demasiada carne lo habría notado…
—No soy un humano—
respondió con sencillez la calavera, mientras sus dos cuencas
parecían mirarla con intensidad—. ¿No te acuerdas? —preguntó
Later tras unos segundos, ligeramente sorprendido— Tú te ocupaste
de que no lo fuera. Y la verdad, te lo agradezco.
Fue entonces cuando
Moll recordó el episodio que había supuesto un castigo por el
accidente mortal con ese humano, que fue la causa de su castigo y que
ahora estaba justo ante sus cuencas. Los jueces habían pensado que
el peor castigo para Moll, como calavera, era no poder subir al mundo
de los humanos y, en ese momento, a ella le había parecido que más
que castigarla le estaban dando las mejores vacaciones, pero ahora…
—Pero tú no
puedes ser una calavera… —susurró Moll mientras retrocedía—.
Yo lo comprobé en los registros…
Fue entonces cuando
se dió cuenta de por qué los huesos de Lates eran tan
artificialmente brillantes y perfectos: eran huesos de plástico.
—Eres un fantasma
—dedujo, mientras el pánico la invadía.
—Exacto. Pensé
que así no te asustarías. Me enseñaste muchas cosas esa noche
—afirmó Lates con una sonrisa. Sin embargo, de repente, giró la
cabeza bruscamente. Todos los huesos de Moll temblaron cuando ésta
dió cuenta de que no estaban solos.
—No puedo creer
que nos hayamos dormido. Que se duerma Mar, vale. ¿Pero el resto?
—se quejó una de las universitarias.
—El examen de esta
mañana de crítica no ha quitado todas las pocas energías que nos
quedaban —respondió otra con un susurro.
—¿Pero estáis
seguras de que es buena idea esto de ir a pedir truco trato? Ya no
somos niñas, aunque algunas por mentalidad lo parezcan …
Moll no esperó a
saber la respuesta, corrió tan rápido como sus huesos le permitían
mientras que una gruesa oscuridad lo invadía todo. Lejos, Moll
escuchó a Lates gritar que le esperara, pero Moll siguió corriendo,
hasta que finalmente la envolvió la nada.
Al despertarse,
todos los huesos de Moll temblaron al mismo tiempo, como si supieran
que se acercaba la hora de volver al mundo de esos horribles humanos.
Moll odiaba con cada una de sus vértebras la noche de Halloween y,
por si fuera poco, llevaba cien años soñando con el mismo maldito
sueño.
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