miércoles, 31 de octubre de 2018

La comodidad de la tumba

Todos los huesos de la calavera crujieron en un escalofrío al mismo tiempo, como si supieran que faltaban horas para la noche más terrorífica. Moll, que era una calavera relativamente joven, odiaba con cada una de sus vértebras la noche de Halloween, ya que implicaba tener que dejar la comodidad de su ataúd, con su Netflix de ultratumba y sus tests de Buzzdeath, para salir al mundo de los… Sólo con pensar en esas criaturas Moll ya volvía a temblar. Su yo racional entendía perfectamente que ella, en un horrible pasado, también había sido una de esas criaturas, pero su yo paranoico y caótico (que claramente era el que mandaba en sus huesos) no podía evitar temer a esos vivos y felices humanos.
Pero el deber era el deber, y si se negaba a salir de su tumba, actuando como la adolescente dramática que en el fondo era, todos sus privilegios de calavera se acabarían: no más muertellamadas con el guapo de Caronte y, peor aún, no más gusanos rellenos para desayunar. Y eso sí que la calavera no lo podía permitir.
Era la primera vez que Moll pisaría el mundo de los vivos siendo una calavera, pero aún recordaba las horribles noches de Halloween de cuando aún era un joven e inocente zombie. Recordaba el terror mudo que le provocaban las idioteces que cometían los humanos, así como quedarse afónica después de ser perseguida por tantos y tantos perros (y una memorable vez también la persiguió un conejo). Después, llegaron los años de transición, cuando no era ni zombie ni calavera, e incluso sus compañeros de cementerio la miraban con cierto asco. Así que consiguió el permiso para quedarse en la tumba hasta que por fin fuera una bonita y reluciente calavera.
Sin embargo, el momento había llegado, después de tanto tiempo, Moll tendría que volver a pisar el cemento de los humanos y tristemente, no lo haría siendo una calavera preciosa, sino un simple y mundano saco de huesos andante.  Por lo menos, le había tocado el trabajo más fácil de la noche: asustar a jóvenes universitarios. Gracias a Netflix, Moll sabia que estos estarían demasiado ocupados estudiando como locos o bebiendo… como locos para darse cuenta de su presencia, de modo que podría deslizarse tranquilamente por sus vidas sin preocuparse demasiado por lo de asustar y centrarse en no ser asustada.
Finalmente, llegó la hora de salir a la calle de los horriblemente vivos. Con un suspiro, Moll chasqueó sus falanges para abrir el portal que, de hecho, era uno de los pocos privilegios que no le importaría perder. ¿Para qué quería ir al mundo de los vivos si podía quedarse calentita en su ataúd y limitarse de vez en cuando a visitar la biblioteca del Inframundo? Pero el precio para hacer esto era asustar unos cuantos humanos vivos (o al menos intentarlo) y, suspirando otra vez, Moll cruzó el portal.


Si Moll aún tuviera ojos estos le habrían caído de las cuencas de la sorpresa. Con la mandíbula colgando exageradamente, la calavera volvió a comprobar la dirección del papel. Sí. Esa era la casa. Moll se alegró de haber desobedecido ligeramente las normas y haberse arreglado un poco para la ocasión (llevaba su tutú de raso negro favorito y se había decorado los huesos con rotulador permanente), pues esa casa definitivamente lo merecía: estaba rodeada de  rodeada de tumbas y telas de araña que ondeaban con la brisa, Moll no pudo evitar sentirse como en casa. Aunque probablemente todo fuera falso.
—¡ Por fin has llegado! —susurró una voz con emoción detrás de su nuca. Moll giró el cráneo para ver quién hablaba (y de paso, si era un humano, asegurarse un primer susto). Con estupor, se encontró con la calavera más atractiva que había visto: no tenía ni una grieta  y se movía con una sorprendente elegancia para ser todo huesos viejos. Con una reverencia anticuada, dijo:
—Encantado de conocerte. Lates a tu servicio. Hacía mucho tiempo que te esperaba.
Moll musitó un “encantada” sin entender qué hacía esa calavera allí: había insistido en trabajar sola, pues así podía escaquearse sin que nadie la delatara.
—¿Es esta la casa número 13 verdad? Tengo entendido que en su interior hay 8 universitarias esperando ser asustadas —dijo finalmente, intentando sonar profesional.
—Esperando, esperando… no creo —respondió con media sonrisa la calavera, mientras se acercaba a mirar por la ventana, desde dónde se podía ver a las chicas dormidas en el sofá, mientras una peli de terror también intentaba asustarlas sin éxito—. Ummm, si están dormidas no podemos hacer nada ¿no? Vaya me suena que eso decía el reglamento —razonó Moll, que tenía previsto agarrarse a esa excusa con todas sus fuerzas.
Lates rió con fuerza pero, sorprendentemente, la mandíbula no se le desencajó.Moll lo contempló en una mezcla de admiración y desconfianza: era demasiado perfecto.
—Los cuerpos muertos y sus reglamentos. Sois adorables.
—¿Y tu no eres un cuerpo muerto? —preguntó Moll confundida.
—Claro, claro… —musitó la calavera mientras se alejaba por un caminito del jardín—. Ven, anda.
Finalmente, la calavera se sentó encima de una de las tumbas que adornaban la casa.
—Creo que tú y yo nos conocemos —afirmó con seguridad la calvera y, a continuación, dijo— He tenido que mover muchos hilos para que estuvieras aquí esta noche. ¿te he dicho que adoro vuestra burocracia? Es tan fácil de manipular…
—¿Quién eres? —preguntó Moll horrorizada, mientras mil teorías se disparaban en su cabeza. ¿podía ser que fuera un humano? No, los humanos tienen demasiada carne lo habría notado…
—No soy un humano— respondió con sencillez la calavera, mientras sus dos cuencas parecían mirarla con intensidad—. ¿No te acuerdas? —preguntó Later tras unos segundos, ligeramente sorprendido— Tú te ocupaste de que no lo fuera. Y la verdad, te lo agradezco.
Fue entonces cuando Moll recordó el episodio que había supuesto un castigo por el accidente mortal con ese humano, que fue la causa de su castigo y que ahora estaba justo ante sus cuencas. Los jueces habían pensado que el peor castigo para Moll, como calavera, era no poder subir al mundo de los humanos y, en ese momento, a ella le había parecido que más que castigarla le estaban dando las mejores vacaciones, pero ahora…
—Pero tú no puedes ser una calavera… —susurró Moll mientras retrocedía—. Yo lo comprobé en los registros…
Fue entonces cuando se dió cuenta de por qué los huesos de Lates eran tan artificialmente brillantes y perfectos: eran huesos de plástico.
—Eres un fantasma —dedujo, mientras el pánico la invadía.
—Exacto. Pensé que así no te asustarías. Me enseñaste muchas cosas esa noche —afirmó Lates con una sonrisa. Sin embargo, de repente, giró la cabeza bruscamente. Todos los huesos de Moll temblaron cuando ésta dió cuenta de que no estaban solos.


—No puedo creer que nos hayamos dormido. Que se duerma Mar, vale. ¿Pero el resto? —se quejó una de las universitarias.
—El examen de esta mañana de crítica no ha quitado todas las pocas energías que nos quedaban —respondió otra con un susurro.
—¿Pero estáis seguras de que es buena idea esto de ir a pedir truco trato? Ya no somos niñas, aunque algunas por mentalidad lo parezcan …
Moll no esperó a saber la respuesta, corrió tan rápido como sus huesos le permitían mientras que una gruesa oscuridad lo invadía todo. Lejos, Moll escuchó a Lates gritar que le esperara, pero Moll siguió corriendo, hasta que finalmente la envolvió la nada.


Al despertarse, todos los huesos de Moll temblaron al mismo tiempo, como si supieran que se acercaba la hora de volver al mundo de esos horribles humanos. Moll odiaba con cada una de sus vértebras la noche de Halloween y, por si fuera poco, llevaba cien años soñando con el mismo maldito sueño.




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