23 de abril, la fecha más esperada para algunxs, y el día como cualquiera para otrxs, yo, soy del segundo grupo. San Jordi está bien, las rosas son bonitas, los libros son satisfactorios, y los regalos entusiasman. Pero en este año no me apetecía salir a ver las paraditas de la rambla, ni me apetecía observar a parejas felices andando con rosas en cada mano, mas sabiendo que yo no iba a recibir ningún regalo. Digamos que me resultaba indiferente ver como Paseo de Gracia estaba a reventar de gente contenta, con paraditas de libros que no podía permitirme comprar, y rosas, que a medida que transcurría el día, decaían.
Además, también era el día del libro, y a mi pues, me apetecía leer un libro nuevo, deleitarme con cada una de sus palabras, y olvidarme de todo lo que me rodeaba. El día del libro tendría que ser para aprovechar el tiempo libre para perdernos en ese mar de historias ficticas y saborear cada uno de sus punto y coma. Decidí leer en el jardín de casa, con la gata acariciándome y ronroneando pidiendo cariño, y las “canciones” incomprendidas de los pájaros de fondo. Antes debía sacar la basura, sí, tanto romanticismo no podía ir muy lejos, siendo yo la que lo escribe. Me vi dispuesta a ir a tirar esa bolsa llena de cosas que nos fueron útiles y agradables en su momento, pero que ya nadie quería: como la rosa cuando muere y ya no conserva su rojo vivo. Y por mi sorpresa, me encontré una rosa justo en la ventana de mi habitación. Y yo pensé “la primera rosa que recibo en San Jordi, y no sé si se la ha dejado alguien o si realmente es para mi... bah, tampoco te alucines -me dije- seguro que se habrán equivocado”. Pero mi espíritu princesa disney no me dejó ser darks y decidí cogerla, la esperanza es lo último que se pierde. Me fije detenidamente en la rosa, puesto que me pareció ver algo escrito en uno de sus pétalos, y ciertamente, tenía razón, ponía “Sí, es para ti”. No sabía si emocionarme porque eso era muy de película romántica, o echar a correr. Pero no, “¡qué cojones!” por una rosa que recibo en mi vida... ¡me la quedo!. Eso era muy extraño, demasiado, pero yo era feliz, dejé la rosa en casa y salí a sacar la basura como si de una bolsa de diamantes se trata, estaba más contenta que Blancanieves cantando. Por el camino pensaba en quién iba a ser el misterioso de mi lista de admiradores invisible. Quizá era un acosador. No sé, me daba igual. Porque simplemente me había tomado aquello como algo ficcional, como si yo perteneciera a un cuento de esos con final feliz.
Al volver a casa fui al jardín, esperando cumplir mi único objetivo de ese San Jordi: leer. Pero vaya, ese admirador/desconocido-misterioso me había chafado mi plan, no podía concentrarme en la lectura, pues solo pensaba en quién podía ser, y no me concentraba en lo que me contaba la señora en la historia.
Observaba la rosa y pensaba en que aquella era la flor más bella que había visto jamás, tanto por su rojo intenso, sus pétalos relucientes, y su significado. Aquella rosa me había devuelto las ganas de ilusionarme por algo, me hizo pensar en que yo puedo ser interesante para alguien. Mi autoestima se recogió ella misma del suelo y se reformuló.
Sinceramente, me moría de ganas por saber quién había sido, y qué rostro tenía, pero al mismo tiempo no quería conocerlo: quería mantener la chispa, la llama del misterio, era una tortura placentera. La ilusión y la imaginación era lo más bonito que me había entregado esa persona.
Sinceramente, me moría de ganas por saber quién había sido, y qué rostro tenía, pero al mismo tiempo no quería conocerlo: quería mantener la chispa, la llama del misterio, era una tortura placentera. La ilusión y la imaginación era lo más bonito que me había entregado esa persona.
Al final, cansada de tanto pensar y darle vueltas ese misterio irresoluble, me perdí en la lectura de esa historia de mares y brujas.
Al día siguiente -pobre de mí- me levanté más temprano que los días festivos anteriores, pues, volvía a la temerosa rutina universitaria. Iba ponerme guapa, pero beh, qué pereza, “si en realidad solo deseas volver a casa y eso que aún no has ni salido”. Pero bueno, superé mi yo perezoso y decidí ir.
Me iba a ir de camino a la estación cuando me encontré con algo en la ventana de casa. “Te estás empezando a hacer pesado, eh” dije sonriendo. Ésta vez era un libro , “Lo efímero” de Lara Redson. Dentro había escrito algo:
Espero que este libro no te resulte tan efímero como el pintalabios que a veces llevas, la rosa que te regalé, o como la vida misma. Disfruta sin prisa de estas historias, sin pensar en que en algún momento terminarán, y trata de verte como una de las protagonistas, que yo, si quieres, te acompañare en tus aventuras.
Recuerda que lo efímero es lo que nos mantiene vivas, lo que nos hace ilusionarnos por la vida. quizá debamos empezar a disfrutar el vivo recuerdo de estas sensaciones experimentadas, y no lamentarnos por no ser eternas. Te aseguro que si lo fueran, no las valoraríamos como hacemos ahora, ni nos harían tan felices.
-Ella
“¿Ella? Vaya, pues... rectifico lo anterior dicho: "pesada”. Sonreí como una niña pequeña, sabiendo que tenía las mejillas más rojas que la rosa de ayer. "Trataré de seguir tu consejo, "ella",-¿ o debería decir "tú"?- pero aviso: soy muy impaciente.
-Gregoria
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