lunes, 5 de diciembre de 2016

Mi primer trabajo

Últimamente he estado pensando mucho en mi primer trabajo. Fueron solo dos meses y durante el verano, pero recordándolos ahora, tras un tiempo, parece que hubieran sido dos días. Vale, puede que en aquel momento hubiera acabado harta de la gente y hubiera acabado sin ganas de vivir pero con la cartera más gordita. Pero como experiencia en general, me lo pasé muy bien y, jo, lo echo de menos. Jolín, fue mi primer trabajo, eso quedará marcado para siempre. 
A veces echo de menos a los compañeros aunque a veces fueran insoportables, incluso también a las encargadas.

¿Y anécdotas? Oh, de eso tengo mucho. Y no os penséis que os libraréis de ellas. Antes de nada, me voy a poner un poco melancólica.

Debo admitir, que lo pasé fatal las primeras semanas (concretamente las dos primeras). No conocía a nadie – algunos de vista – y mi gran capacidad para socializar(nótese la ironía)me hizo incapaz de entablar una conversación normal con ellos. Yo no hablaba con nadie y, recíprocamente, nadie hablaba conmigo. Y no les culpo: fui yo la que se encerró. Lo se, lo se... es una cosa que trato mejorar... darme tiempo. Pero una vez empecé a coger confianza, fue cuando me lo empecé a pasar bien. No nos podíamos considerar amigos (tampoco lo queríamos) pero se creó un ambiente muy bueno y ese es otro de los motivos por los que guardo tan buen recuerdo de ese sitio. Incluso mis encargadas eran geniales y eso ya es tener mucha suerte.

Bueno, ¿estáis listos para las anécdotas? Porque aquí vienen.

PRIMER DÍA:
Empecemos por el principio: mi primer día. Por si no lo sabíais, el trabajo era de cajera/re-ponedora de supermercado. Era un supermercado nuevo, pero literal: cuando entré, hacía una escasa semana que lo habían inaugurado. Pero no os penséis que era el típico supermercado pequeño de pueblo: no, era una nave enorme. 
En realidad, no es verdad que ese fuera el primer día: había estado haciendo una prueba (en la que estuve una jornada completa en el puesto de cajera) el día anterior y me asignaron a ese supermercado.
Bueno, que empecé ya oficialmente en ese supermercado enorme. Poneos en situación: ocho de la mañana, Alice nerviosísima y muerta de miedo. Se acerca la encargada y le dice ''ven conmigo''. Cágate lorito. Alice sigue a la encargada arrastrando sus pies y sudando la gota gorda. Entran en el almacén. ''tenemos ya muchas cajeras. Tú a repostar''. ¡¿QUÉ?!. Aquí es cuando a Alice le da un leve jamacuco. ''eemm... pero... yo no se qué tengo que hacer... solo he hecho la prueba de cajera''. La encargada pone los ojos en blanco y resopla. ''Ven conmigo, es muy fácil. Estamos en el almacén. ¿te has fijado que falta pasta? (no, no me había fijado. Como para fijarme). Pues, buscas la pasta, coges un carro y vas rellenando. Listo, chau. Ah, por cierto, como la nave es nueva, tenemos el almacén hecho un cristo. Suerte encontrando la pasta. Ale, me voy a hacer cosas de encargada''.
Vale, puede que fuera más sutil. Pero si, el almacén era la cosificación del caos. Estuve más de media hora buscando la maldita pasta. Pluma nº 6, aún me acuerdo. Al final, se me acercó un genial señor del almacén que me intentó ayudar (sin ningún éxito). 
… acabé la jornada colocando los doscientosmil productos sin gluten que acababan de llegar. Y ese fue mi primer día.

A las dos semanas me fueron cambiando de cajera a re-ponedora y al final me quedé de cajera.

Las dos siguientes anécdotas sucedieron cuando me encontraba en la caja.

EL HOLANDÉS HERRANTE CASCARRABIAS:
Debo admitir, que era una cajera bastante buena. Tampoco destacaba mucho, pero sí que fue la que más dinero hizo durante casi una semana consecutiva (it's something).
Por lo tanto, he atendido a tantos clientes que no me acuerdo casi de ninguno. Pero hay algunos que destacan entre el resto, oh si destacan... madre mía si destacan. Uno de ellos es este holandés.
Es una historia tan absurda, que de absurda da rabia.
El caso, es que le pasé los productos y le iba a cobrar. Vale, perfecto. Si no recuerdo mal, la compra le salió por unos 9,97 o algo parecido. Él me da un billete de 10€. Espero por si me quiere dar el pico. Nada. Lo apunto en el ordenador, abro la caja y cojo los tres céntimos de cambio. Cierro la caja. Se los voy a dar, cuando me quiere dar los 0,97€ para que yo le devuelva un euro. Aquí es donde la cosa empieza a torcerse. Una vez he anotado el dinero, abierto la caja y cerrado, no se puede cambiar nada. Solo la encargada puede hacerlo. Le digo al señor que no puedo. Veo que empieza a ponerse nervioso. Me pongo nerviosa. Aquí es cuando me bloqueo: empiezo a repetirle ''no puedo'' y a negar con la cabeza. Él imita mi gesto y me empieza a gritar en holandés (estoy segura, por la entonación, que cayó algún que otro insulto). 
Lo peor de todo es que no estaba solo: su hijo – que debería tener mi edad – lo miraba y por su cara, estaba deseando que se lo tragara la tierra. Miro al hijo con cara de súplica. Él lo intenta calmar y recibe más gritos por parte de su padre. Al final, el padre, me tira los tres céntimos y se marcha. Y el pobre hijo me pide perdón.
Bonito, ¿verdad? Aún lo pienso y me sabe fatal por el pobre chico: vaya padre le ha tocado. 
Ahora me acuerdo de la situación con cierta ironía, pero en ese momento casi me deshago en mil pedazos y me convierto en polvo y adiós mundo.




LOS RUSOS QUE NO PARECÍAN RUSOS 
por no decir humanos
En serio, tenían más plástico en la cara que la Barbie. Pues eso, les paso la compra y cuando les voy a cobrar, me quieren dar un billete de 500€. La empresa no aceptaba los billetes violetas, a ver, es lógico: si era una compra mínima a 400€ las cajeras nos quedaríamos sin cambio. Así que le dije que nanai. Tuve la gran suerte que la encargada estaba detrás mío, porque el ruso me empezó a gritar ya que no tenía otro billete más pequeño y me demandaba hablar con mi jefa. Pensad que esto fue posterior a la situación del Holandés: no iba a dejar que me volvieran a tratar de la misma manera. Me giro con toda la elegancia del mundo y le digo a la encargada lo que está pasando. Y como ella es una mujer de armas tomar, los puso finos filipinos (en serio, esa mujer tiene mucho carácter). Al final pagaron con tarjeta y yo recibí unas grandes y preciosas miradas cargadas de veneno y de botox.





Y me pasaron muchas más cosas. Como un día, que me pusieron en el puesto de la fruta y fue tan aburrido que me dio tiempo a escribir el argumento de un libro en una etiqueta que ya no servía.

Y la primera vez que tuve que usar el megáfono (¿micrófono?¿megáfono?), que me salvé porque a la chica a la que iba a llamar, apareció por la esquina y la llamé de manera eufórica a base de gestos. En fin... muchas cosas, muchos recuerdos: tanto buenos como malos.

Y esta es la entrada. 

Ya lo se, ya lo se... no estoy publicando nada de lo que dije que publicaría en mi presentación. La vida es así ¿no? Dices unas cosas y luego haces otras... de todas maneras, estoy cocinando una entrada más creepy. ¿cuando la publicaré? Ah, eso no se sabe.

Pues eso, espero que os hayan gustado mis aventuras por el mundo laboral y mundano. Y eso, que...

hala, adiós.
- Alice.






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