Nada me satisface. Todo parece lo mismo.
¿He perdido el color? ¿He perdido la esencia?
Es todo gris, es todo insípido.
¿Qué me ocurre? ¿El mundo siempre ha lucido así?
Mi fuego sigue encendido pero no puedo sentir su calor, sus llamas han perdido luz. Ni siquiera estoy triste, solo me produce decepción. Mis ojos no pierden ante la vivacidad de aquellos expuestos en la pescadería, viajan e incluso observan mucho más que desde el mar. Mis labios están quietos, no producen arrugas, silenciosamente juzgan y mis cejas los ayudan. Ostento una expresión de desdén, de aquellas que piden a gritos ser descompuestas, sin embargo, no puedo hacer nada, mi cuerpo es niebla.
A todo le encuentro defectos. A todos los veo ridículos.
¿Está en mi o está en el inmenso otro?
Frustración. Impotencia. Resentimiento. Inferioridad.
¿Por qué estoy tan llena de ira? ¿Es vacío o enfado?
Duermo día y noche, no sueño nunca. Me arrastro sobre mis dos pies mientras olfato, audición y tacto se deshacen entre las telarañas que comienzan a tapar mi marmólea figura. Dentro de mí crece y crece la rosa del Laurel, crece y crece bella y marchita y sin faltar a su naturaleza me envenena. Lentamente, mi propia arpa perforada por palabras cobardes se ahoga entre nudos y silencios. El aire pesa sobre mis hombros y me encorva, me doma, me hace esclava de un fantasma. No estoy encadenada, soy libre pero me quedo quieta, renuncio a mi movilidad, me rindo ante la vida, me limito a observar.
Todo a mi alrededor se ralentiza o coge todavía más velocidad, que más da.
¿Importa algo? ¿Qué es eso tan maravilloso que todo el mundo persigue?
Simplemente dejadme dormir.
¿Soy humana? ¿Qué soy?
De tantas preocupaciones mi mente huyó que me quedé a solas con la calma, una calma letal e inocente. No alcanzo a comprender como algo tan necesario puede ser a la vez tan repugnante, me quedé a solas con un espejo y en el reflejo no estoy yo.
- Sta. Rigoberta.
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