jueves, 16 de febrero de 2017

Aqua gym

He decidido que iré a clases de Aqua gym. Sí. Exacto, como las abuelitas. Lo he decidido esta mañana, mientras nadaba en la piscina. Repito: esta mañana en la piscina. Para los lectores que no tenéis el placer de conocerme puede que os parezca una frase completamente normal y creíble, los que sí, sabéis que es un gran hito para mí: soy una perezosa de niveles olímpicos. Sin embargo, hace dos semanas que me he encontrado por casualidad a mi fuerza de voluntad y que, aprovechando que los jueves por la mañana entramos a la universidad más tarde, hago de sirenita en las aguas frías de mi piscina municipal.
¿Os dáis cuenta de lo masoquista que me he vuelto? Estoy malgastando mi bonita mañana libre en ver a señoras y señores en bañador cuando podría estar en mi camita leyendo o en mi sofá viendo Netflix. Pero claro, tener al mundo entero chillando que es importante hacer ejercicio hace que una haga ciertos sacrificios. Estar escribiendo esto en lugar de aprovechar de la media horita que me queda también es un gran hito para mí.
En realidad me gusta ir a la piscina (una vez superada la odisea de encontrar el gorrito, el bañador de colores y las gafas). Es bajo el agua donde puedo encontrar a la Emma zen. De verdad, nadar me relaja un montón, es de las pocas veces que mi imaginación descansa un poquito (el problema es luego, en la clase de cine, cuando la Emma zen no se entera de nada porque sigue flotando).

Bueno, me relajo el primer cuarto de hora nadando, luego simplemente me aburro y acabo haciendome de delfín*. También me vienen unas ganas locas de hacer el bombero** o el muerto (con la esperanza de asustar al guapo del socorrista), pero, ya sabéis, mi pueblo es pequeño y tengo una reputación que mantener.

Volviendo al Aqua gym, mientras nadaba con mi agilidad natural (já, mentira), ha empezado a sonar una canción (esa de I'm sexual), y con sorpresa he visto como una hilera de abuelitas empezaba a dar saltitos dentro del agua, siguiendo los graciosos movimientos de mi antiguo monitor. Era un espectáculo genial y una vocecita en mi interior ha susurrado: "Emma, ¿sabes que creíamos que no se nos daba bien ningún deporte? Este sí. Hemos nacido para esto." La vocecita en cuestión quería nadar hasta la hilera y acoplarse, pero al final la vergüenza nos ha vencido y hemos decidido observar y esperar.

Después de considerar que ya había ido arriba y abajo de la piscina suficientes veces, he ido corriendo con mi fantástico albornoz y gorrito hasta la recepcionista.
- ¿Qué tengo que hacer para hacer eso?
He preguntado con timidez. La recepcionsita, que hasta ese momento estaba canturreando aburrida, me ha mirado con curiosidad.
- ¿Hacer el qué?
- Ya sabes... aqua gym. ¿Tengo que apuntarme o algo?
Ahora me miraba con doble curiosidad, porque, ya sabéis, aunque tenga las aficiones de una, no soy una abuelita.
- Te llamas Emma, ¿no? Espera que lo miro. Depende de lo que pagues.
- ¿Puedo?- he preguntado con nerviosismo, mientras ella tecleaba en el ordenador.
- Querida, con lo que tú pagas puedes hacer lo que te dé la gana***. Incluso el bombero o la croqueta por el césped. Únicamente tiener que ir y empezar a dar saltitos.
Vale, no ha dicho esto. Pero casi.

Y así, lectores de este blog, es como he decidido a qué voy a dedicarme el resto de los jueves por la mañana de mi vida (bueno, de este semestre), aunque, si os soy sincera, ya me da pereza.

- Emma



* en el mundo de las piscinas eso es tocar las baldosas del suelo para luego nadar muy rápido hacia la superficie.
** coger las bolas de plástico que separan los carriles y arrastrar el cuerpo.
*** En realidad yo no pago nada. Todas mis aficiones son amablemente patrocinadas por mis padres.

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