Ya que nada más he publicado dos entradas yo sola, he decidido compensaros abriéndome un poco con vosotros y confesando mis mayores pesadillas. Y si, queridos amigos, esto será una serie. Pero no os preocupéis: solo habrá dos partes porque mira, soy especialita y tengo pocas fobias (además, por circunstancias personales, voy a tener que obviar una).
Vamos al tema:los que me conocéis (O habéis leído mi presentación) sabéis que todo lo paranormal me fascina – incluso obsesiona, diría yo-. Pensaréis que por donde estoy dirigiendo mi argumento, mis peores miedos están relacionados con eso, hechos paranormales y fantasmas... ¡PUES NO! Es más bien todo lo contrario: creo que tengo los miedos más mundanos que se podrían encontrar. Ahora os presentaré uno que marcó mi infancia y que tengo medio superado (creo que ha sido al darme cuenta de lo surrealista y absurdo que es). Madre mía, no se ni como presentarlo... ahí va: tengo (o tenía) un trauma enorme con el váter. Sí, el váter o el wc o como quieras llamarlo.
El pensamiento de tirar de la cadena y que empiece a subir el agua sin parar, acompañado de un sonido grave y fuerte, no poder pararlo, intentar salir corriendo pero no poder porque la puerta está trancada... nopuedonopuedonopuedo.
Se que esta fobia no tiene mucho sentido – incluso, haciendo una búsqueda por el señor google, he descubierto que la «fobia a la cadena del váter» es algo que solo comparto con los perros, pero creedme, cuando os explique dos posibles orígenes (uno creo que tiene más sentido que el otro) me entenderéis.
Como soy así de guay, empezaré por el génesis más reciente (quien dice reciente, dice hace diez u once años). El lugar del suceso, fue Cerdeña, concretamente en un restaurante de esos refinados y demasiado sofisticados a los que nunca me acostumbraré. Si no lo habéis adivinado, era un viaje familiar (un poco lógico, porque ¿qué haría una Alice de ocho años en una isla italiana y sola?). El caso es que estábamos comiendo y a la pequeña Alice le vino la necesidad de hacer un río, y ella acompañada por su madre, se dirigieron al también sofisticadísimo baño italiano. Porque si, era tan moderno como la comida: grifos con sensor, secadores con sensor, luces con sensor, ah y... váteres con sensor. Supongo que ya veis por dónde va la cosa, ¿no? La madre de Alice y Alice se fueron cada una a su respectivo váter. Hasta aquí todo bien, hasta que Alice... bueno, voy a dejar de hablar en tercera persona ya: me senté en el trono de porcelana. ¿Qué pasó? Que mi trasero de seis años no era suficientemente grande para el superficial y estricto sensor del váter y la cadena decidió ir funcionando continuamente. Pensad que en ese momento, ya había vivido el primer origen (que prefiero explicarlo al final): entonces, con esa primera experiencia sobre mis hombros, lo único que mi yo pequeña pudo hacer fue gritar y llorar (oh si, fui una niña bastante llorica) y lo único que pudo hacer mi madre fue venir corriendo, abrir la puerta de par en par y darme apoyo moral pues ella tampoco fue capaz de controlar la cadena del váter. Ahora lo pienso y me parece hilarante. Imaginaos ver ese espectáculo: una niña de ocho años sentada en un váter y llorando sin parar y su madre intentando ayudar desesperadamente. En ese momento lo pasé fatal.
Total, que seguramente estuvimos más de 15 minutos allí encerradas – incluso mi padre, que seguía sentado y esperando en la mesa, con los tiramisús y los cafés se acabó preocupando.
Bueno, y este es el primer trauma. ¿un poco light, verdad? Pues esperad a el segundo. Este se remonta a dos años atrás del anterior, por lo tanto, tenía unos seis años. Ya dije en mi presentación que era una cinéfila: y eso no me viene gratuitamente, ya que desde muy pequeña, en mi casa hemos tenido la costumbre de hacer maratones de películas en los fines de semana. Y desde pequeña he sido capaz de ver la mayoría de géneros: incluso el terror, horror, etc. ya me fascinaban entonces y los veía sin ningún problema.Hasta que llegó LA PELÍCULA.
¿conocéis el cazador de sueños*? Pues ese, es el gran origen de mi trauma con los váteres. Os haré una breve sinopsis de lo que recuerdo (puede que no sea exacto y que haya modificado ((exagerado)) algo:
Un grupo de amigos deciden irse de vacaciones a una cabaña abandonada en medio del bosque, en temporada de nieves, tras la muerte de uno de ellos. Síp, toman la sabia decisión de ir a ese lugar. Vamos, no hay que ser muy tonto para ver que algo malo puede pasar, pero bueno. Cuando llegan, ven que todos los animales – y cuando digo todos es TODOS – huyen de alguna cosa, hacia la misma dirección (¿no hay otra razón para salir pitando de allí?). Obviando lo que han presenciado, el grupo de amigos se divide: unos se van por ahí de excursión (o a hacer muñecos de nieve, yo que se) y los otros se quedan en la cabaña. Bueno, pues cada grupo se encuentra una persona: los que están en la cabaña un hombre y los otros una anciana mujer. Todo normal hasta que el hombre se quita la chaqueta y ven que este tiene una barriga que no es normal, es enorme, y lo mismo pasa con la ancianita (pero los inteligentísimos personajes deducen que se trata de un embarazo).
Y aquí es cuando llega la escena que me marcó de por vida: el señor barrindongo va al baño. Y tras producir una serie de ruidos antinaturales, horrorosos y de dolor, a los protagonistas se le ocurre mirar si está bien. Uno de ellos abre la puerta y... bueno, mejor os dejo aquí la escena porque es inexplicable. Os aconsejo que no lo miréis si sois sensibles a estas cosas.
Y hasta aquí llego porque es lo que fui capaz de ver. Bueno, logré ver un poco a Morgan Freeman pero no lo suficiente para que me convenciera de seguir viendo la película. Nunca la he podido acabar: incluso, hace unos años, cuando era más mayor me aventuré a verla con una amiga y la tuve que dejar casi en el mismo punto porque es too much for my body.
Quisiera remarcar esa fantástica escena del baño (que no he conseguido encontrar, pero que en la película sale unos minutos antes de la escena que he enlazado). Pues esa escena, es la que hizo que la pequeña Alice tuviera que ir al baño acompañada – o si iba sola hacer sus necesidades con la puerta abierta – durante unos cuantos meses. Porque en esa escena, se ve como la atrocidad esa sale del trasero del hombre - y si sale por allí, os puedo asegurar que por el mismo sitio que sale, es por el mismo sitio que ha entrado (y no digo más que me da algo).
Y ese es – creo yo – el origen de mi gran pesadilla con los váteres.
Debo confesar, tras haber dicho todo esto, que me han entrado ganas de volverla a ver – después haberme prometido no hacerme pasar por este mal trago (otra vez) – pero es que he descubierto (ignorante de mi) que está basada en un libro de Stephen King, y además, la trama ya me parece atractiva.
¿Lo haré? Lo sabréis en las próximas entradas.
Hasta aquí la primera parte de las pesadillas de Alice. ¡Nos vemos en la próxima entrada!
Hala, adiós.
(ojalá fuera este el bichito)
- Alice.
No hay comentarios:
Publicar un comentario