Ser vampira era
mucho más aburrido de lo que la Eleonor humana hubiera supuesto. En los libros
las vampiresas siempre van con largos y elegantes vestidos y el sexo o las
orgías llenas de sangre son la norma del día, o, en este caso, de la noche. Sin
embargo, tras cien años chupando sangre, Eleonor solo tenía un vestido
mínimamente aceptable, y, por si fuera poco, seguía siendo virgen. Claro que
esto último cambió cuando conoció a B., pero no debemos adelantarnos a los
hechos.
Eleonor nunca
había destacado por la belleza, y, en contra de lo que dice Stephanie Meyer,
cuando se volvió una chupasangre siguió sin destacar, quizá incluso menos. No
puede favorecer a nadie tener la piel de un blanco tirando a gris, colmillos
largos y algo torcidos y unas ojeras dignas de un adolescente con un videojuego
nuevo.
Si Eleonor tuviera que elegir lo peor de ser una
vampiresa no serían las interminables reuniones de los VUCMI[1],
terriblemente parecidas a las de los alcohólicos anónimos, ni el deseo
irrefrenable de chupar los tampones de los baños públicos. No. Sería tener que
soportar durante cien años ese tedio horrible y apático que la perseguía
hiciera lo que hiciera. Un siglo de aburrimiento podía convertir en psicópata a
cualquiera, aunque fueras un VUCMI. Pero Eleonor tenía un plan para escapar de
el tedio de una vez por todas. Y sí, B. estaba implicado en él.
De modo que quizá
ya sea hora de que os explique quién es B. y por qué esta inicial no para de
aparecer en esta historia. B. y Eleonor se conocieron a través del blog del
chico. Tras un siglo de anonimato, la vampira no pudo evitar corregir todas las chorradas
que el chico soltaba en su página: que los vampiros brillaban, que eran
enemigos de los hombres lobo, que el sol no les molestaba (ya le gustaría a
ella). Y para sacar al pobre chico de su error, Eleonor no tuvo reparos en
presentarse en su casa. Allí descubrió dos cosas: que en realidad el chico no
creía nada de eso sino que solo escribía fanfiction
de Crepúsculo (por muy triste que
suene) y que los fans de Bella asustados pueden ser terriblemente atractivos.
Eleonor no tardó
en obsesionarse en esos ojos de cervatillo a punto ser cazado e hizo todo lo
que pudo para conquistarlo. Su plan A fue adoptar la actitud del protagonista
de los conocidos libros juveniles. Pero tuvo que cambiar rápidamente de
estrategia: visitarlo noche tras noche sin decir nada y seguirlo en los sitios
menos pensados para decirle "aléjate de mí, yo no soy buena para ti"
no era, sin duda, el mejor plan. De modo que pasó a intentar hacerse amiga del
chico, mientras este le intentaba hacer ver que la frase "no podemos hacer
el amor, soy demasiado fuerte. Te haría daño" era increíblemente absurda
ya que ella ni siquiera podía abrir una bolsa de patatas sin pedir ayuda y
nadie había sugerido hacer el amor. Pero eso no tardó en cambiar: lentamente B.
fue enamorándose de la chica rarita que le perseguía por todos lados y por
suerte para todos, no hubo necesidad de pasar el plan C, cuyo contenido ignoro.
Lentamente, lo
que había empezado siendo una historia de malentendidos y acoso, se fue
convirtiendo en una casi perfecta historia de amor. Casi porque a Eleonor le
daba miedo los VUCMI no vieran con buenos ojos su relación con B. (podían ser
muy quisquillosos si querían). Por eso Eleonor decidió esconderse con B. en un
viejo y abandonado restaurante de comida rápida del centro.
Por primera vez
desde su muerte, Eleonor podía considerarse feliz: sus noches transcurrían en
un sin fin de besos con un ligero sabor a sangre y de susurros de amor
prohibido. Pero esa felicidad no tardó
en evaporarse tan rápido como había llegado, y con ella, las esperanzas que
Eleonor tenía puestas en ese intento de historia de amor. El aburrimiento hizo,
de nuevo, una entrada triunfal en la vida de la chica y, como siempre, parecía
prometer no irse jamás. Toda la culpa era de B., quien harto de esconderse
entre kétchups y freidoras, se pasaba el día de morros y deprimido. Las
palabras de amor eran cosa del pasado e incluso era difícil que B. pronunciara
algo más que un mal humorado monosílabo.
Eleonor, intentando
escapar de ese mal humor con ojos y patas, empezó a ir al mayor número de
reuniones de los VUCMI posible (donde había un par de vampiritos muy monos,
como Filipo, el de los colmillos brillantes) y a frecuentar las bibliotecas y
las aulas de las universidades, donde la vampira descubrió que B. no era el
único chico con esos irresistibles ojitos de conejito a punto de ser
descuartizado. De repente, la muerte en vida de Eleonor se volvió muchísimo más
divertida. Le encantaba perseguir a esos chicos con cara de estar perdidos
hasta que caían en sus redes, y, entonces, perderse en un único y apasionado
beso con sabor a sangre.
Por primera vez,
Eleonor descubrió que ser una vampira podía ser algo terriblemente genial. Le
era imposible evitar reírse en las reuniones de los tristes de los VUCMI:
aquellos hippies no sabían lo que se perdían.
En esos momentos Eleonor incluso se hubiera atrevido a decir que era
feliz si no fuera por un pequeño detalle: el gruñón de B. El chico parecía
sorprendentemente molesto de las continuas ausencias de su novia y reclamaba su
atención.
Ahora que la
vampiresa tenía un poco más de experiencia en el amor, se dio cuenta de que
estaba harta de B. y de todo lo que se había perdido por su culpa: odiaba a ese
chico obsesionado con Bella Swan y sus
ojos tristes que solo sabían expresar miedo y rencor. Y quizá por eso, en las
contadas veces que se besaron, Eleonor no pudo evitar centrarse en la sangre y
los mordiscos, y olvidarse de los besos y el amor. Hasta que finalmente B. (o
lo que quedaba de B.) dejó de ser un problema.
La vampira, sin
embargo, no se dio cuenta que eliminando a B. de su camino, estaba creándose un
problema mucho más grande: los VUCMI no verían con buenos ojos todo lo que ella
había hecho, y, pese a todos sus cuentos pacifistas, podían ser muy sádicos
cuando se trataba de castigar a una vampira culpable.